Jessica Zermeño
Era un sábado. No como cualquier otro. Hacia meses que
no se veían. Que no sabían nada el uno del otro. El lugar del
rencuentro no era el mejor. Había desventajas. Sin embargo, el destino
intentó un acercamiento, quizá el último.
En el ambiente se revivieron los días de gloria. Las tardes de
bailes incansables. Las risas desvariadas por cualquier tontería. La
amistad a flor de piel, motivo de conflictos. El corazón que se entregó
sin preguntar por qué. Las peleas. Los secretos contados. Los miedos
conocidos.
No fue fácil llegar. Aunque el camino era el mismo. Ese que desde
hacía más de siete años un día comenzó a vivir. Pese a regaños. Aún en
contra de la familia.
De nuevo en busca de la magia que ese lugar le guardaba.
Recorrió con tristeza las calles cercanas del barrio Bravo de
Tepito. Cuan sería su valor y coraje que no importaban las malas
noticias de asaltos y muertes tan característicos del lugar.
La mirada baja. El corazón latió. Frente a sus ojos la morada de
sus sueños. La vieja casa de cultura Enrique Ramírez y Ramírez. Recordó
el bien y el mal que le provocaba estar ahí.
Las palabras fueron pocas. Las lágrimas cayeron al mismo tiempo
que sus sentidos asimilaron el hecho de que el corazón de su amigo había
dejado de latir.
Desde ese día, ese viejo teatro anida los recuerdos más emotivos
de su amistad. Memorias que duelen entre las bancas, las luces, el
escenario y el maquillaje que ayuda, sólo un poco a olvidar, a ser un
nuevo personaje que evite recordar el dolor de haber perdido un amigo.
Ahora, una sombra más se ve recorrer los viejos pasillos del teatro..
No hay comentarios:
Publicar un comentario