martes, 23 de febrero de 2016

Avatares acuáticos

Carlos Alberto Patiño

El agua es cabrona. Esa es la lección básica de los ingenieros hidráulicos. Cada vez que uno se refiere al tema, los expertos dan como primera explicación ésa que seguramente fue una de las primeras advertencias que recibieron cuando estudiantes.
De que el agua es como dicen los especialistas, las muestras son abundantes en la historia de nuestra ciudad. La más reciente la tuvimos en Iztapalapa. Y fue más o menos leve, si la comparamos con un caso como aquel que ocasionó la muerte de un conductor en uno de los puentes del Periférico.
El agua merece esa calificación por los estragos que causa tanto por su abundancia como por su escasez. Incluso por su comportamiento físico, por ejemplo, el llamado “golpe de ariete” que se produce cuando una gran cantidad de líquido se precipita. La fuerza del impacto es tal que puede arrasar con casas y vehículos de los más pesados.
Aun en pocas cantidades, su efecto puede ser letal. Recordemos el tormento chino que consistía en dejar caer una gota de agua sobre la cabeza de un condenado hasta que el golpeteo permanente le perforaba el cráneo.
El agua acaba por erosionar la roca más dura y disuelve casi cualquier sustancia. Si encuentra un orificio, por pequeño que sea, empezará a filtrarse y a ampliar el hueco hasta terminar con cualquier barrera. Por eso las cortinas de las presas son vigiladas minuciosa y constantemente.
El agua es así, y yo lo sabía, pero nunca fui más consciente de ello como cuando, al pasar frente a una fonda, recibí una buena cantidad de líquido que una mujer lanzó desde el local, tras hacer la limpieza. Quedé helado, y ya imaginará el lector el aroma del cubetazo. Entonces recordé el adjetivo de los ingenieros, pero no fue precisamente para el agua. Se lo había ganado con creces la oportuna dama.

No hay comentarios:

Publicar un comentario